Redacción ACI Prensa
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En un reciente artículo el Dr. Joseph M. Eble, presidente del gremio de Tulsa (Oklahoma) de la Asociación Médica Católica (CMA, por sus siglas en inglés), explicó todos los detalles que los católicos deben tener en cuenta sobre la condición médica conocida como muerte cerebral.
En su artículo, publicado por el National Catholic Register el 25 de octubre, señaló que “en 1968, un influyente comité de la Facultad de Medicina de Harvard introdujo la muerte cerebral con la definición contradictoria de ‘coma irreversible como un nuevo criterio de muerte’, sin tener en cuenta el hecho de que estar en coma no es estar muerto, sino vivo”.
“Declarar a una persona muerta según los criterios de muerte cerebral es el medio principal por el cual se obtienen los órganos para el trasplante”, continuó Eble, también socio director de Fidelis Radiology y experto en temas como la muerte cerebral y la adopción.
El médico explicó que “la validez de los criterios de muerte cerebral se disputa entre quienes defienden la creencia en la dignidad inherente de todo ser humano”.
“Algunos, incluido yo mismo, estamos convencidos de que la muerte cerebral no representa la muerte de la persona humana”, aseguró.
Por otro lado, dijo que “otros piensan que si hay una pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales, la persona humana está muerta”.
“Propongo que, independientemente de la posición que ocupe un individuo, todos debemos oponernos al uso de criterios de muerte cerebral en la práctica clínica”, continuó el médico en su artículo.
Eble comenta que la validez de la muerte cerebral se puede evaluar en dos niveles.
“La primera es a nivel teórico: si el cerebro está destruido, es decir, ha sufrido una ‘necrosis patológica total’, ¿la persona humana, necesariamente, está muerta? El segundo es a nivel práctico: ¿Ha sufrido de hecho el cerebro una destrucción en una persona declarada con muerte cerebral?”, dijo al respecto.
Eble señaló que para examinar cualquier tema bioético se debe comenzar por examinar la evidencia científica, y luego analizarla utilizando la filosofía y la teología.
“Finalmente, llegamos a una conclusión moral. Si no procedemos en este orden (por ejemplo, si concebimos una idea filosófica y luego tratamos de imponerla artificialmente a la realidad), cometemos errores fundamentales, resultando en conclusiones erróneas. Por eso examinaremos lo que revelan los casos de tres pacientes reales”, comentó.
El caso de “TK”
El caso de “TK” aborda la solidez teórica de la muerte cerebral. Un artículo de 2006 sobre su caso en el Journal of Child Neurology aborda directamente la cuestión crítica de si cuando el cerebro está completamente destruido, la persona humana está necesariamente muerta, prosigue el médico en su artículo.
Luego, explicó el caso: “A los 4 años, TK fue afectado por un tipo de meningitis bacteriana. Esta infección destruyó su cerebro. Es fundamental comprender que TK no tenía tejido cerebral alguno. El cerebro de TK estaba realmente muerto. ¿Pero la persona humana TK estaba muerta?”.
“A pesar de no tener cerebro –continuó–, TK sobrevivió durante 20 años. Usó los nutrientes de la alimentación por sonda, luchó contra las infecciones, mantuvo la temperatura corporal y experimentó un crecimiento físico proporcionado. En otras palabras, el cuerpo de TK continuó funcionando como un todo unificado. Sostengo que no hay forma de explicar esto excepto por la presencia persistente de su alma, el principio de integración del cuerpo. El caso de TK demuestra que un ser humano puede seguir viviendo en ausencia de tejido cerebral funcional”.
Según Eble algunos eruditos de la tradición judeocristiana que apoyan el uso de criterios de muerte cerebral sostienen, utilizando argumentos filosóficos elaborados, que, aunque TK sobrevivió 20 años, “en realidad estuvo muerto todo ese tiempo”.
Por el contrario, dijo que “una minoría de eruditos católicos que apoyan los criterios de muerte cerebral sostienen que el cuerpo de TK estaba vivo, pero que el propio TK no lo estaba”.
Respecto a ambos, comentó: “Nos piden que no creamos a nuestros propios ojos e insisten en que TK solo parecía estar vivo, o que lo que estaba vivo solo parecía ser TK”.
“Los lectores pueden decidir por sí mismos, utilizando el sentido común, si un paciente que es cálido y rosado, tiene latidos cardíacos, demuestra un crecimiento físico proporcionado y sobrevive durante 20 años, está vivo o muerto y, si está vivo, si es un ser humano o una nueva especie biológica no mamífera que no existe en la naturaleza”, agregó.
El caso de Zack Dunlap
Eble escribió que debía pasar a hablar de la “muerte cerebral en el nivel práctico: si se declara a un paciente con muerte cerebral, ¿se destruye el cerebro?”.
Las pautas médicas para declarar a un paciente adulto con muerte cerebral en los Estados Unidos son las de la Academia Estadounidense de Neurología (AAN), publicadas por primera vez en 1995 y revisadas por última vez en 2010. Las pautas pediátricas son muy similares a las pautas para adultos, explicó.
El médico dijo que para abordar esta cuestión se debía explicar el caso Zack Dunlap.
Zack es de un pequeño pueblo en las afueras de Oklahoma City. En 2007, a la edad de 21 años, sufrió una grave lesión cerebral en un accidente de cuatriciclo. Fue trasladado en avión a un hospital y 36 horas después del accidente fue declarado con muerte cerebral.
Eble cuenta que Zack había indicado en su licencia de conducir que deseaba ser donante de órganos y sus padres dieron permiso para que le extrajeran los órganos.
“Por esta época, el primo de Zack, que era enfermero, se preocupó de que Zack no estuviera muerto. Sostuvo el pie de Zack y raspó el talón con una navaja de bolsillo. Zack apartó el pie de la mano de su primo. Su primo luego metió la uña debajo de la uña de Zack en un área dolorosa. Zack retiró la mano. Estos movimientos pusieron en duda el diagnóstico de muerte cerebral y se suspendió la inminente extracción de órganos. Zack escapó por poco de la muerte mediante la sustracción de órganos”, escribió el médico.
Y continuó: “Cinco días después, Zack abrió los ojos. Doce días después, Zack les dijo a sus padres ‘Te amo’ y dio sus primeros pasos. Cuarenta y ocho días después, Zack salió del centro de rehabilitación y regresó a casa. Zack contó más tarde que pudo escuchar al médico declararlo con muerte cerebral y que se sentía enojado, pero que no podía comunicarse”.
Para Eble el caso de Zack “ilustra un ejemplo de un paciente declarado con muerte cerebral que (1) no estaba muerto, (2) no tenía muerte cerebral y (3) se recuperó por completo”.
“Los defensores de la muerte cerebral pueden argumentar que el caso de Zack no está documentado formalmente y, por lo tanto, no puede usarse como un ejemplo de falla de las pautas de la AAN. En un nivel pragmático, podemos preguntarnos: ¿realmente importa? El caso de Zack es un ejemplo de un diagnóstico erróneo grave en la práctica clínica, ya sea atribuible a que las pautas son menos del 100% infalibles o a la variabilidad conocida en el seguimiento de las pautas”, concluyó.
El caso de Jahi McMath
En 2013, a la edad de 13 años, Jahi McMath se sometió a una cirugía de garganta por su apnea del sueño. Posteriormente, desarrolló un sangrado excesivo en el sitio de la cirugía y su condición empeoró. En un momento dado, el corazón de Jahi se detuvo durante 10 minutos. Dos días después, Jahi fue declarada con muerte cerebral.
“En el caso de Jahi, las pautas para un diagnóstico de muerte cerebral se siguieron y documentaron estrictamente. No obstante, Jahi sobrevivió durante más de cuatro años hasta que sucumbió a complicaciones abdominales. Pasó la mayor parte de ese tiempo en el apartamento de su madre con el apoyo de un ventilador y alimentación por sonda. Los videos muestran a Jahi moviéndose y respondiendo apropiadamente a comandos simples. Jahi pasó por los cambios de la pubertad, incluida la menstruación. La resonancia magnética mostró la preservación de grandes partes de su cerebro”, dijo el médico.
Finalmente, escribió que Jahi fue declarada con muerte cerebral usando las pautas médicas actuales, “pero no estaba (1) muerta ni (2) con muerte cerebral”.
“Muerte cerebral” no significa muerto
El Dr. Eble planteó la pregunta: “¿Cuántos pacientes como Zack y Jahi hay cuyos casos nunca salen a la luz, ya sea porque se detiene el soporte vital o se extraen órganos?”.
“A principios de este año, Michael Nair-Collins y Ari R. Joffe escribieron conjuntamente un capítulo en el Handbook of Clinical Neurology en el que examinaron la pregunta: ¿Qué porcentaje de pacientes declarados con muerte cerebral tienen una función persistente del hipotálamo (una parte del cerebro)?”, escribió.
Eble comentó que quienes no estén familiarizados con la literatura sobre muerte cerebral “se sorprenderán al saber que aproximadamente la mitad de los pacientes declarados con muerte cerebral tienen una función persistente del hipotálamo”.
“Pero estos pacientes aún pueden ser declarados con muerte cerebral porque las pautas de la AAN consideran que la función hipotalámica persistente es irrelevante para un diagnóstico de muerte cerebral”, acotó.
Según Eble “esto viola lo que la mayoría de los defensores de los criterios de muerte cerebral de la tradición judeocristiana estipulan como necesario para que una declaración de muerte cerebral sea válida: la pérdida completa de la función cerebral. Porque no puede haber una pérdida completa de la función cerebral si parte del cerebro (el hipotálamo) todavía funciona”.
“Y debido a que existe una probabilidad de 50 a 50 de que un paciente declarado con muerte cerebral aún posea una función hipotalámica, de acuerdo con sus criterios, existe una probabilidad de 50 a 50 de que un paciente declarado con muerte cerebral todavía esté vivo. En los Estados Unidos, eso equivale aproximadamente a entre 7.500 y 10.000 pacientes con ‘muerte cerebral’ a los que se les extraen los órganos en vida cada año”, explicó el médico.
Luchando contra la marea creciente de criterios de muerte cerebral
El Dr. Eble precisó que “si a cada paciente que se le declara muerte cerebral se le diera tiempo para que manifestara un posible retorno a alguna función cerebral, en lugar de la extracción rápida de órganos en pocos días, ciertamente habría más pacientes vivos y no muertos”.
“Además, el número de pacientes con función cerebral persistente de cualquier tipo podría ser mucho mayor que la mitad, ya que muchas funciones cerebrales no se prueban clínicamente”, dijo.
El médico lamentó que nadie haya “propuesto un estándar médico ‘más preciso’ para los Estados Unidos, “y aunque no hay indicios de que el estándar médico cambie, se está buscando activamente un cambio a nivel de la ley, para hacer que la declaración de muerte cerebral sea más fácil, no más difícil”.
“Una revisión propuesta actualmente a la Ley de Determinación Uniforme de Muerte, la ley modelo para la muerte cerebral en los Estados Unidos, busca hacer precisamente eso”, señaló.
Eble asegura que “un principio fundamental de la ética médica es el consentimiento informado”, lo que significa que se “debe informar al paciente sobre los riesgos, beneficios y alternativas de una intervención médica”.
“Aquellos que apoyan la validez teórica de los criterios de muerte cerebral deben, como mínimo, abogar por el consentimiento informado”, acotó.
“Para aquellos que sostienen que se debe destruir todo el cerebro para que una declaración de muerte encefálica sea válida, el consentimiento informado requiere revelar a las partes interesadas (como aquellos que deciden si deben ser donantes de órganos en su licencia de conducir) que al menos la mitad de los pacientes declarados muertos utilizando criterios de muerte cerebral todavía están vivos”, dijo el médico.
Además, aseguró que se “requiere revelar que existe un riesgo, por pequeño que sea, de estar consciente cuando se declara muerte cerebral (como le sucedió a Zack) y tal vez incluso mientras se extraen órganos”.
“Parece poco probable que muchas personas se inscriban para convertirse en donantes de órganos con este conocimiento”, añadió.
Al final de su artículo, escribió: “Creo que un mejor enfoque es que todos aquellos que creen en la santidad de la vida, independientemente de si apoyan o se oponen a la validez teórica de los criterios de muerte encefálica, se opongan al uso de criterios de muerte encefálica para obtener órganos para trasplante en la práctica clínica”.
“Entonces podremos, como una sola voz, apoyar la investigación médica que busque formas innovadoras y moralmente no conflictivas para reemplazar los órganos defectuosos”, concluyó.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en National Catholic Register.
Fuente:www.aciprensa.com
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