Catequesis del Papa Francisco sobre la longevidad como símbolo y oportunidad

Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco en la Audiencia General Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa

El Papa Francisco continuó este miércoles 2 de marzo con su serie de catequesis sobre el sentido y el valor de la vejez y centró su reflexión en el tema de la “Longevidad: símbolo y oportunidad” basándose en el pasaje bíblico del Génesis (Gen 5,1-5).

“Hoy se verifica una mayor longevidad de la vida humana. Esto nos ofrece la oportunidad de aumentar la alianza entre todas las etapas de la vida, más longevidad, pero debemos hacer más alianza; y también con el sentido de la vida en su totalidad”, advirtió el Santo Padre.

A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En el pasaje bíblico de las genealogías de los antepasados sorprende enseguida su enorme longevidad: ¡se habla de siglos! ¿Cuándo empieza, aquí, la vejez? ¿Y qué significa el hecho de que estos antiguos padres vivan tanto después de haber generado los hijos? ¡Padres e hijos viven juntos, durante siglos! Esta cadencia secular de la época, narrada en estilo ritual, otorga a la relación entre longevidad y genealogía un profundo significado simbólico, fuerte, muy fuerte.

Es como si la transmisión de la vida humana, tan nueva en el universo creado, pidiera un lenta y prolongada iniciación. Todo es nuevo, en los inicios de la historia de una criatura que es espíritu y vida, conciencia y libertad, sensibilidad y responsabilidad. La nueva vida -la vida humana-, inmersa en la tensión entre sus orígenes “a imagen y semejanza” de Dios y la fragilidad de su condición mortal, representa una novedad completamente por descubrir. Y pide un largo tiempo de iniciación, en el que es indispensable el apoyo recíproco entre las generaciones, para descifrar las experiencias y confrontarse con los enigmas de la vida. En este largo tiempo, lentamente, es cultivada también la calidad espiritual del hombre.

En un cierto sentido, todo paso de época, en la historia humana, nos propone de nuevo esta sensación: es como si tuviéramos que retomar nuestras preguntas sobre el sentido de la vida desde el inicio y con calma, cuando aparece el escenario de la condición humana lleno de preguntas nuevas e interrogantes inéditos. Ciertamente, la acumulación de la memoria cultural aumenta la familiaridad necesaria para afrontar los pasajes inéditos.

Los tiempos de la transmisión se reducen; pero los tiempos de la asimilación piden siempre paciencia. El exceso de velocidad, que ya obsesiona todos los pasajes de nuestra vida, hace cada experiencia más superficial y menos “nutriente”. Los jóvenes son víctimas inconscientes de esta escisión entre el tiempo del reloj, que quiere ser quemado, y los tiempos de la vida, que requieren una adecuada “fermentación”. Una larga vida permite experimentar estos largos tiempos y los daños de la prisa.

La vejez, ciertamente, impone ritmos más lentos: pero no son solo tiempos de inercia. La medida de estos ritmos abre para todos espacios de sentido de la vida desconocidos para la obsesión de la velocidad. Perder el contacto con los ritmos lentos de la vejez cierra estos espacios para todos.

Es en este horizonte que he querido instituir la fiesta de los abuelos, en el último domingo de julio. La alianza entre las dos generaciones en los extremos de la vida -los niños y los ancianos- ayuda también a las otras dos -los jóvenes y los adultos- a vincularse para hacer la existencia de todos más rica en humanidad.

Se necesita diálogo entre las generaciones, si no hay diálogo entre jóvenes y ancianos, con los adultos adultos, si no hay diálogo, cada generación permanece aislada y no puede transmitir el mensaje. Piensen, un joven que no está vinculado a sus raíces, que son los abuelos, no recibe la fuerza, como el árbol, la fuerza de las raíces crece mal, crece enfermo, crece sin referencias. Por eso, es necesario buscar, como una exigencia humana, el diálogo entre las generaciones. En este diálogo es importante el diálogo entre los abuelos y los nietos que son los dos extremos.

Imaginemos una ciudad donde la convivencia de las diferentes edades forme parte integral del proyecto global de su hábitat. Pensemos en la formación de relaciones afectivas entre vejez y juventud que se irradien en el estilo general de las relaciones. La superposición de las generaciones se convertiría en fuente de energía para un humanismo verdaderamente visible y vivible. La ciudad moderna tiende a ser hostil con los ancianos -y no por casualidad también lo es con los niños-. Esta sociedad también que tiene este espíritu del descarte, descarta tantos niños no queridos y descarga los ancianos, los descarta, no sirven, a la casa de ancianos, de recuperación.

El exceso de velocidad nos mete en una centrífuga que nos barre como confeti. La mirada de conjunto se pierde por completo. Cada uno se aferra a su propia pieza, que flota sobre los flujos de la ciudad-mercado, para la cual los ritmos lentos son pérdidas y la velocidad es dinero. El exceso de velocidad pulveriza la vida, no la hace más intesa.

La sabiduría. Es necesario perder tiempo. Cuando vuelves a casa y ves a tu hijo, a tu hija, niños, pierde tiempo. Este diálogo es fundamental para la sociedad. Perder tiempo con los niños. Cuando vuelves a casa y está, quizá el abuelo, la abuela, que no razonan bien, ha perdido un poco la capacidad de hablar, y tú estás con él, este perder tiempo fortalece a la familia humana. Es necesario gastar el tiempo, que no es un tiempo productivo -económicamente- con los niños y los ancianos porque ellos nos dan otra capacidad de ver la vida.





La pandemia, en la cual estamos todavía obligados a vivir, ha impuesto –muy dolorosamente, lamentablemente– un revés para el obtuso culto a la velocidad. Y en este período los abuelos actuaron como barrera ante la “deshidratación” emocional de los pequeños. La alianza visible de las generaciones, que armoniza los tiempos y los ritmos, nos devuelve la esperanza de no vivir la vida en vano. Y devuelve a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, cerrándole el paso a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume.

La palabra clave aquí es, cada uno piense: ¿Tú sabes perder el tiempo? ¿O estás siempre apresurado por la velocidad? Tengo prisa, no puedo. ¿Sabes perder tiempo con los abuelos, con los ancianos? ¿Sabes perder tiempo con tus hijos, con los niños? Esta es la piedra de comparación, piensen un poco.

Y devuelve a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, cerrándole -como he dicho- el paso a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume. Los ritmos de la vejez son un recurso indispensable para captar el sentido de la vida marcada por el tiempo. Los ancianos tienen su proprio ritmo, pero son ritmos que nos ayudan.

Gracias a esta mediación -con los ancianos-, se hace más creíble el destino de la vida en el encuentro con Dios: un diseño que está escondido en la creación del ser humano “a su imagen y semejanza” y está sellado en el hacerse hombre del Hijo de Dios.

Hoy se verifica una mayor longevidad de la vida humana. Esto nos ofrece la oportunidad de aumentar la alianza entre todas las etapas de la vida, más longevidad, pero debemos hacer más alianza; y también con el sentido de la vida en su totalidad. El sentido de la vida no es solamente en la edad adulta, de los 25 a los 60 años, no, el sentido de la vida es todo, del nacimiento hasta la muerte. Deberías ser capaz de ‘interlocutar’ con todos, también tener relaciones afectivas con todos, así tu madurez será más rica, más fuerte. Y también nos ofrece el significado de la vida que es toda.

Que el Espíritu nos conceda la inteligencia y la fuerza para esta reforma. Se necesita una reforma: la prepotencia del tiempo del reloj debe convertirse en la belleza de los ritmos de la vida. Esta es la reforma que debemos hacer en nuestros corazones, en la familia y en la sociedad. Repito, ¿reformar qué? la prepotencia del tiempo del reloj se convierta en la belleza de los ritmos de la vida. Convertir la prepotencia del tiempo que siempre nos apresura a los ritmos propios de la vida.

La alianza de las generaciones es indispensable. En una sociedad en la que los ancianos no hablan con los jóvenes, los jóvenes no hablan con los ancianos, los adultos no hablan ni con los ancianos ni con los jóvenes es una sociedad estéril, sin futuro, es una sociedad que no mira el horizonte, sino que mira a sí misma, y se queda sola. Que Dios nos ayude a encontrar la música adecuada para esta armonización de diversas edades: los ancianos, los pequeños, los adultos, todos juntos, una bella sinfonía de diálogo. Gracias.


Fuente:www.aciprensa.com

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