Redacción ACI Prensa
Hoy, 2 de diciembre, recordamos a la Beata Liduina Meneguzzi, religiosa italiana de la congregación de las Hermanas de San Francisco de Sales (salesianas), proclamada beata por el Papa San Juan Pablo II en 2002.
«El mensaje que la Beata Liduina Meneguzzi aporta hoy a la Iglesia y al mundo es el de la esperanza y el amor. Un tipo de esperanza que redime a los hombres tanto de su egoísmo como de formas aberrantes de violencia. Un amor que es un impulso a la solidaridad, al compartir y al servicio, siguiendo el ejemplo de Cristo que vino no para ser servido, sino para servir y dar su vida para salvarnos a todos» (Decreto sobre la heroicidad de Virtudes de Liduina Meneguzzi).
Elisa Ángela Meneguzzi -nombre de pila de sor Liduina- nació el 12 de septiembre de 1901 en Giarre, Abano Terme, provincia de Padua (Italia). Perteneció a una familia de modestos campesinos, muy rica en valores como la fe, la solidaridad y la honestidad. Desde muy niña, Elisa asimiló un vivo espíritu de oración: a diario participa de la Misa, aunque deba caminar dos kilómetros para llegar a la iglesia; frecuenta la catequesis, reza en las noches con su familia y es feliz de poder hablar de Dios a sus hermanos.
A los catorce años, para ayudar económicamente a su familia, busca trabajo fuera de casa y es contratada como empleada doméstica de algunas casas de familias acomodadas; luego intercala esa labor haciendo limpieza en los hoteles de Abano.
Deseosa de consagrar su vida a Dios, ingresa a la Congregación de las Hermanas de San Francisco de Sales el 5 de marzo de 1926. Su primera residencia es la Casa Generalicia de Padua. Allí se entrega a Dios y comparte con sus hermanas los tesoros de su gran corazón: la alegría y la sencillez. En esa casa, también, haría sus votos y cambiaría su nombre por el de Liduina.
En Padua se desempeñó como encargada del cuidado de la ropa, enfermera y sacristana de las jóvenes del Colegio de la Santa Cruz. Éstas ven en ella una amiga y consejera, capaz de ayudarlas en los problemas propios de la juventud. Deja, en todas ellas, huellas imborrables de su ternura, su serenidad y su probada paciencia.
Misionera y enfermera
En 1937, Dios la convoca para una misión especial, una con la que había soñado por años: viajar a tierras lejanas como misionera y llevar la fe y el amor de Cristo a quienes no lo conocen. El destino indicado por sus superioras está en Etiopía; se trata de la ciudad llamada Dire Dawa, donde conviven católicos, musulmanes y coptos. Eran tiempos de escaramuzas y combates por la guerra ítalo-etíope. La hermana Liduina se aboca, alimentada por un profundo trato con Dios, a trabajar como enfermera en el Hospital Civil Parmi, que luego, a causa de la guerra, sería habilitado como hospital militar. Allí llegan gentes empobrecidas por el conflicto armado y, obviamente, soldados heridos. Sor Liduina se convierte para ellos en un “ángel de la caridad”. Cuida los males físicos con ternura, al tiempo que alivia los espíritus que sufren, reconociendo a Dios en cada paciente.
Ecumenismo
Los lugareños empiezan a llamarla “Hermana Gudda” (hermana grande) y en el hospital le piden ayuda al grito de: “¡Socorro, hermana Liduina!”. Reza con los moribundos para que pidan perdón por sus pecados y lleva siempre consigo una botellita de agua bendita para bautizar de emergencia a los niños. Italianos y etiopes, blancos y negros; católicos, coptos, musulmanes y paganos; todos se sienten sus hijos. A sor Liduina toda circunstancia le parece óptima para hablar de la bondad de Dios Padre y del cielo que Él ha preparado para nosotros.
Hoy, hay quienes se refieren a Liduina como “la Llama Ecuménica”. Y es que, de muchas maneras, la beata italiana fue una adelantada a su tiempo en el terreno de las relaciones con los no-católicos y en vivir el ecumenismo. Si consideramos el llamado del Concilio Vaticano II a tender puentes con el resto de Iglesias cristianas, así como a favorecer el diálogo interreligioso, sor Liduina resulta ejemplar.
Retorno a la Casa del Padre
Una enfermedad incurable terminó acabando con la salud de sor Liduina. En un intento por salvarla, los médicos la someten a una delicada operación, pero las cosas se complican y muere de una parálisis intestinal el 2 de diciembre de 1941, con solo 40 años de edad. Uno de los médicos que la atendió dijo: “Nunca he visto morir a alguien con tanta paz y serenidad”.
Un grupo de soldados pertenecientes al ejército italiano la enterraron en el cementerio reservado para los militares caídos. En junio de 1961, 20 años después de su muerte, son repatriados los restos mortales de la religiosa. Estos fueron trasladados a Padua, a la capilla de la Casa Generalicia, donde sus devotos peregrinan para visitar su tumba y pedir su intercesión.
Fuente:www.aciprensa.com
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